domingo, 6 de noviembre de 2011

NOTICIA

Omar, inmigrante salvadoreño

Jueves, 20 de octubre de 2011

Omar (prefiere reservarse el apellido) emprendió su primer viaje como indocumentado en enero de 1990, cuando las cosas "eran un poco diferentes a como son ahora", según dice.

Se montó a un autobús en Apopa, su ciudad natal cerca de San Salvador, que lo llevó hasta la frontera entre México y Guatemala.

"De allí se caminaba hasta Tapachula y, una vez en México, se abordaba un tren de carga. Pero en esos días no viajábamos arriba, sino que abrían un vagón, por supuesto sin asientos, donde nos metían a unas 100 personas, bien apretados íbamos, y nos cerraban la puertas", relata el hombre.

La odisea

Su primera impresión de México la tuvo en el estado de Chiapas, en una de las paradas de La Bestia que oficiaba de descanso para los migrantes hacinados. Siguió otro trecho, hasta que se topó con las autoridades de migración.

"Me habían dicho que estaba difícil, pero yo seguí. Me capturaron en una caseta en La Ventosa (estado de Oaxaca). Entre los que íbamos en ésas se decía que era uno de los puntos más arriesgados para ser capturado", recuerda Omar, quien destaca que aún hoy ese paraje es zona caliente tanto por los controles oficiales como por la acción de secuestradores y ladrones "que hasta los calzones le quitan a uno".

Fue deportado pero volvió a intentar el cruce seis meses después, otra vez por tren y con la ayuda de un conocido al que le pagó un dinero para que hiciera las veces de guía.

"Los abusos sexuales de que eran objeto algunos migrantes se sumaban a las extorsiones de las autoridades, que pedían plata para dejarnos pasar. Todos sabíamos esos cuentos pero igual nos arriesgábamos, y eso no era nada comparado a como están las cosas ahora", compara.

Sin dinero

En el tren le robaron todo su dinero, que no lo llevaba encima sino que, al igual que sus tres compañeros de San Salvador con quienes emprendió el viaje, le había entregado a una mujer conocida.

"La engañaron a ella y perdimos todo. Tuve que pasar casi un mes trabajando en Tonalá (Jalisco), donde unos señores ancianos, bondadosos ellos, nos daban albergue por la noche mientras de día íbamos a juntar dinero para seguir", relata Omar, que ocupó aquellos días quitando maleza y basura de los patios de las casas más ricas de la localidad.

Del tren le ha quedado el recuerdo grabado en el cuerpo: dice que nunca volvió a sentir tanto calor.

"Calor, temor, incertidumbre de hacia dónde uno se dirige. Muchas veces sentí la muerte cerca", confiesa el salvadoreño, que hoy vive en Los Ángeles. Pero asegura que lo volvería hacer porque "no tenía otra solución, con mi situación económica en mi país".


inmigrantes sobre La Bestia

Según Omar, las autoridades les pedían dinero a cambio de dejarles pasar.

La Bestia lo separó de su familia: su esposa y sus dos hijos –hoy de 25 y 32 años- quedaron en casa y, en estas dos décadas, no se han reunido con él del lado norte de la frontera.

"Ellos nunca se sintieron motivados (para venir). Yo siempre les ayudo, les mando plata para la universidad porque la razón por la que me vine fue ésa, ayudarlos", asegura Omar, quien se gana la vida como trabajador del mármol y por estos días sufre la falta de empleo que, como efecto colateral de la recesión económica, afecta a toda la industria de la construcción en Estados Unidos.

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